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turismo destructor

por Gonzalo Zurita Balderas

Si hay una actividad que todos añoramos, es viajar. ¿Quién no recuerda con gran emoción los primeros viajes familiares a alguna ciudad diferente o para disfrutar de las delicias del campo? ¿Cómo olvidar las pequeñas excursiones que realizamos en la infancia con nuestros compañeros del colegio para aprender algo extraño a nuestro entorno? Y, ¿qué decir de los viajes de placer cuya finalidad es contemplar y perderse en las aguas marinas o encontrar una ruina maya en medio de la selva?

 

Independientemente de la finalidad del recorrido (placer, estudio, trabajo, etc.), hoy en día existe una enorme industria que se dedica a satisfacer las necesidades de los viajeros. En México, el turismo es la tercera actividad económica más importante para el país. Por lo cual, no es raro observar en esta temporada vacacional una saturación en los principales centros turísticos como el puerto de Acapulco o la zona hotelera de Cancún. Sin embargo, algo que pocas veces se reflexiona es el impacto que el turismo tiene sobre el medio ambiente, e incluso, sobre las comunidades locales que habitan estos lugares.

 

Cancún y Holbox son dos casos claros de lo que podríamos llamar turismo destructivo. En ambos casos se trata de centros turísticos que se encuentran a un costado del mar y cuyo principal atractivo es la belleza de sus playas, además de la increíble flora y fauna de sus ecosistemas. Sin embargo, la cantidad excesiva de personas que pueden hospedarse genera consecuencias nocivas para el medio ambiente. Los desechos de plástico, aluminio, cartón y todo tipo de contenedores son absorbidos por el mar debido a la pobre planeación de infraestructura y los malos hábitos de muchos turistas y habitantes. Pero, asimismo, los residuos orgánicos que a primera vista son inofensivos, resultan altamente nocivos para el ecosistema. La materia orgánica que es desechada en el mar acaba con la vida de microorganismos y bacterias, lo cual tiene como consecuencia la pérdida del delicado equilibrio ecológico. La catástrofe se vuelve evidente cuando los corales mueren junto con las especies que son incapaces de migrar. O cuando, de forma grotesca, aparece una mancha fecal enorme que oscurece la nitidez del agua, como en Baja California Sur.

Los residuos no son la única consecuencia indeseable del turismo destructivo. Con los grandes desarrollos hoteleros surgen aún más problemas para los ecosistemas. Las iluminaciones utilizadas por los edificios para llamar la atención, junto con el ruido de la música o del ajetreo humano, son una fuente de luminiscencia y sonido que daña la vida reproductiva y migratoria de especies como las

tortugas marinas y ciertas aves. Asimismo, la cantidad de cruceros que circulan de un puerto a otro, como en el caso de Cozumel, termina por calentar el agua, deteriorando o destruyendo los arrecifes de coral. Lo que todo esto revela es la urgente necesidad de regular el turismo e implementar una serie de políticas que tomen en cuenta de forma prioritaria el cuidado del medio ambiente. Esto, sin embargo, parece estar lejos de las prioridades de la política mexicana. Pues, pese a que Holbox se encuentra en una reserva natural protegida, Yum Balam, esto no ha impedido que se instalen palafitos y desarrollos turísticos sin una medición adecuada del impacto sobre el ecosistema.

 

Por si lo anterior fuera poco, las comunidades locales no suelen ser las principales beneficiadas por este tipo de desarrollo turístico. La mayor parte de la inversión proviene de grandes empresarios nacionales o, en su mayor parte, extranjeros. La lógica de éstos consiste en recuperar la inversión de la forma más rápida posible, por lo cual el cuidado del medio ambiente y la mejora de las condiciones de vida de las poblaciones no son una prioridad. Las sociedades de pequeños pescadores, agricultores, artesanos, entre muchas otras, son afectadas de primera mano puesto que con el daño al ecosistema sus recursos primarios para la elaboración de sus productos se ven disminuidos, además de enfrentarse a una competencia desleal. Lo más grave de este fenómeno es que cuando cierto lugar deja de ser atractivo por la pérdida de su encanto, o su flora y fauna, la inversión simplemente se desplaza a otro sitio con mayor novedad y con nuevos recursos, dejando devastado el lugar previo.

 

Todo esto nos incita a generar una amplia reflexión acerca de la forma en la que viajamos, construimos y habitamos este mundo. El viaje y el turismo no tienen que ser necesariamente destructivos. En nuestro país existen varios casos de turismo sostenible y ecoturismo que potencian el cuidado del medio ambiente, además de mejorar las condiciones de vida de las comunidades que viven en ese espacio. Un ejemplo de ello es la sociedad Lagarto Real de Ventanilla en Oaxaca. Esta cooperativa se dedica a cuidar el manglar, el ecosistema del cocodrilo y cientos de otras especies, y con ello mejoran sus propias condiciones de vida. El problema no es sencillo, ya que involucra muchos factores políticos, económicos y sociales; pero es claro que sólo a través del diálogo y el pensamiento será posible evitar la catástrofe ambiental causada por el turismo destructivo. De lo contrario, el bello ponto y el pescador de Hemmingway jamás volverán a existir.

Fotografía de Bárbara Zepeda Eguiarte

The fish was coming in on his circle now calm and beautiful looking and only his great tail moving.

Ernest Hemmingway. The old man and the sea

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